
(Colaboración de Edgar Morales "El Castor"
Adoro a Paquita la del Barrio y odio a las ratas. La que llama inútil a todos los machines, ya tiene hasta nicho en mi corazón, no es que me guste la mala vida pero me injerté en ella cuando la escuche “intergritar” esa que dice “maldita sabandija, cuanto daño me has hecho”, solo que yo adapté esa versión para los roedores de cuatro patas. Todo porque una rata inmunda, animal rastrero, pariente de Pinky y Cerebro casi me hecha a perder mi viaje por Xochicalco.
En cuanto llegué a “El Rodeo” en Morelos, me hospedé, bueno lo que se dice hospedar resultaría despreciativo, porque en el Rincón Gitano me sentí como en mi casa, pues para todo me ninguneaba la dueña que se hacía llamar “la licenciada” quien fungía como recepcionista, recamarera, bell boy, cocinera, buena para preparar cubas y dicen que sabía de las artes del reiky -si tuviera 20 años menos, ya me veía yo pagando otro predial-. Por la noche me dirigí a los vestigios arqueológicos de Xochicalco para disfrutar del espectáculo nocturno y aquí fue donde odié con odio jarocho a los parientes de Speedy González. Porque una rata le encontró sabor a queso a la tarjeta de la computadora del show de luz y sonido del centro ceremonial y que cancelan la función. Como dijera Manolín “fiate que suave”. Me regresé al hotel con la firme idea de salir a cazar ratas y hacerlas sashimi, en esas andaba cuando descubro la Presa El Rodeo, la dejé para el día siguiente porque temía que mi mala suerte llamara a otra rata para quitar el tapón de la presa y se quedara sin agua. Muy temprano me fui a pescar lobina, es más divertido que traer novia nueva en quincena.
Después hice una ruta en bicicleta de montaña, altamente recomendable, esa fue la mejor excusa para que me diera sed y pasara por una micheladota, era casi un galón de cerveza con un tarugo que servía como agitador. Aclaro que el tarugo no era yo, sino la golosina agridulce que le daba un buen sabor a mi bebida. Comí frente a la presa, -la calidad no la calificaría con Tenedores Michelin, pero sí con dedos, porque son las herramientas con que saboreo mejor los platillos y en este caso sólo me chupé dos, el índice y el medio-. Con el atardecer de postal, me fui a tirar a la alberca y por la noche tomé rumbo a Miacatlán, ahí a pie de carretera comí uno de los mejores pozoles de la región, esa si se mereció cuatro dedos del jurado. De vuelta en el hotel me uní a un grupo que aullaba frente al karaoke, después de “castorce” cubas que me preparé yo mismo, -porque “la licenciada” me puso de barman- les quité el micrófono a los émulos de Jolette de la Academia y los hice aplaudir a rabiar cuando interpreté las de José José, ¡que noche!
No se a quién se le ocurrió pedirme una de Paquita la del Barrio, ahí me acordé de la rata nuevamente, “escoria de la vida, adefesio mal hecho” eso fue lo que me volvió a la sobriedad. Me enseñaron el video que me estaban tomando con sus celulares y me sorprendí, Margarito el del metro canta mil veces mejor. Mi vergüenza no permitiría que regresara al Rincón Gitano pero Xochicalco, El Rodeo y Miacatlán bien valen varias visitas.
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